¿Qué dice la psicología acerca de posponer la alarma al despertarse?
Psicólogos y especialistas en sueño explican qué ocurre en el cerebro cuando apretamos “snooze” y por qué este gesto habitual puede ser un síntoma de agotamiento acumulado.
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Posponer la alarma es un gesto tan cotidiano como universal. Muchas personas lo viven con culpa o lo interpretan como falta de voluntad, aunque la evidencia científica muestra lo contrario. Desde la psicología y la neurociencia, este comportamiento suele ser un indicador de cómo está funcionando el sueño, el cuerpo y el estado emocional.
El psicólogo clínico Aric Prather, profesor de la Universidad de California en San Francisco, sostiene que este hábito aparece cuando el organismo no completa sus ciclos de descanso de manera adecuada y necesita más tiempo para recuperarse. Esa dificultad para activarse también se relaciona con la llamada inercia del sueño, ese momento de confusión y pesadez en el que el cerebro todavía no “arrancó” del todo y cualquier estímulo para despertarse se vuelve más difícil de procesar.
El componente emocional detrás del “snooze”
Más allá del cansancio físico, los especialistas advierten que posponer la alarma suele reflejar el estado emocional con el que se enfrenta el día. La psicóloga británica Ruth Msetfi, experta en percepción del tiempo, describe esta conducta como una respuesta al estrés anticipatorio. Para muchas personas, el simple hecho de pensar en la jornada que comienza genera tensión y una sensación de que será más demandante de lo que pueden afrontar.

Según la especialista, esa brecha entre lo que se cree poder hacer y lo que se espera del día empuja a la mente a retrasar unos minutos la activación plena, aunque sea de forma momentánea.
La evidencia científica respalda esta mirada. Un estudio publicado en 2022 en Sleep Medicine, dirigido por Konrad Filser en la Universidad de Viena, concluyó que quienes utilizan frecuentemente el snooze presentan más fatiga matutina y un despertar más estresante. El trabajo señala que este hábito no mejora el descanso, sino que lo fragmenta y dificulta la transición entre el sueño profundo y la vigilia.
¿Qué hay detrás del hábito de posponer la alarma?
Los especialistas coinciden en que este comportamiento suele aparecer cuando la calidad del sueño se ve afectada por horarios irregulares, interrupciones nocturnas o un descanso insuficiente. También influye el desfase del ritmo circadiano, especialmente en quienes se acuestan muy tarde o duermen fuera de su horario biológico natural.
Otra causa frecuente es el condicionamiento: el cuerpo se acostumbra a despertar en fragmentos y a volver a dormirse, lo que refuerza la conducta de posponer la alarma incluso cuando no existe necesidad real de dormir más.
¿Qué sienten quienes presionan “snooze” todas las mañanas?
Para muchas personas, el sonido de la alarma no funciona como un inicio del día, sino como una interrupción abrupta del descanso. Esa fracción de segundos obliga a evaluar el propio estado físico y emocional, y esa transición suele ser difícil cuando existe agotamiento acumulado o un día complicado por delante.
La investigadora de Harvard Medical School Rebecca Robbins explica que quienes posponen la alarma quedan atrapados en un ciclo de sueño insuficiente que alimenta la frustración, la culpa y la sensación de no estar listos para comenzar la jornada. Ese breve gesto de extender el sueño se convierte entonces en una pequeña decisión emocional que revela cómo se llega al despertar.
La clave está en entender el origen
Los expertos coinciden en que posponer la alarma no es un problema en sí mismo, salvo cuando empieza a generar malestar o interfiere con la rutina. Identificar qué hay detrás —agotamiento físico, estrés, horarios irregulares o un sueño poco reparador— permite mejorar la calidad del descanso y transformar el despertar en un momento menos tenso.

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