¿Por qué sentimos antojos dulces o salados antes de dormir? Una señal de alarma que no hay que ignorar
El picoteo nocturno puede ser más que un hábito: revela desequilibrios alimentarios, emocionales y de descanso. Nutricionistas y especialistas explican cómo retomar el control.
:format(webp):quality(40)/https://radiorafaelacdn.eleco.com.ar/media/2025/10/recuperar_el_control.webp)
La escena se repite en muchos hogares: el día termina, la cena ya pasó, y sin embargo el cuerpo “pide a gritos” un alfajor, unas papas fritas o cualquier snack que aporte placer inmediato. Este impulso nocturno, lejos de ser una mera tentación, puede ser un síntoma claro de que algo no está funcionando bien en nuestra rutina.
Según nutricionistas, el impulso de comer algo dulce o salado antes de dormir no es señal de debilidad, sino una alarma biológica y emocional. Identificar sus causas y modificar pequeños hábitos diarios puede marcar la diferencia entre un descanso reparador y una noche cargada de culpa, acidez o insomnio.
Antojos vs. hambre real: cómo diferenciarlos
La primera clave para entender esta conducta es distinguir entre hambre física y antojo. El hambre verdadera puede calmarse con cualquier alimento nutritivo, mientras que el antojo busca algo específico: una textura, un sabor o una experiencia emocional.
Y es precisamente al final del día cuando la fuerza de voluntad se encuentra en su punto más bajo, lo que facilita que cedamos a la tentación si durante el día restringimos demasiado ciertos alimentos.
“Permitirse pequeñas porciones de forma consciente ayuda a desactivar esa tensión que nos lleva al descontrol”, advierten los especialistas.
Cuando el cuerpo entra en “modo emergencia”
Uno de los motivos más comunes detrás del picoteo nocturno es el desorden alimentario durante el día. Saltarse el desayuno o almorzar mal genera un déficit energético que el cuerpo intenta compensar por la noche.
Con bajos niveles de glucosa y altos niveles de cortisol (la hormona del estrés), el cerebro pedirá alimentos de rápida absorción: harinas, azúcar, snacks. Es decir, exactamente lo que solemos buscar a las 10 de la noche frente a la heladera.
La solución: mantener comidas regulares cada 3 o 4 horas, con equilibrio entre proteínas, grasas saludables y carbohidratos complejos (como avena, quinoa o arroz integral). Esta combinación prolonga la saciedad y estabiliza el azúcar en sangre, previniendo los antojos más intensos.
Cuando el problema no es el hambre, sino el estrés
Los antojos también tienen raíces emocionales. El estrés, el cansancio o la ansiedad pueden disfrazarse de hambre. La comida funciona como “analgésico” rápido, aunque no solucione la causa real del malestar.
Por eso, los especialistas recomiendan hacer una pausa antes de comer sin hambre y preguntarse: “¿Qué necesito realmente ahora?”. Tal vez la respuesta sea respirar profundo, tomar agua, leer unas páginas de un libro, o simplemente dormir.
El descanso: el gran aliado ignorado
Dormir bien es tan importante como comer bien. Cuando descansamos poco, se altera el equilibrio entre dos hormonas clave: la grelina (que aumenta el apetito) y la leptina (que genera saciedad).
El resultado: más hambre, menos autocontrol, y mayor preferencia por alimentos calóricos. Dormir entre 7 y 9 horas por noche puede ser la estrategia nutricional más eficaz para evitar el atracón nocturno.
Conclusión: hábitos conscientes para noches sin culpa
Los especialistas coinciden en que el secreto no está en prohibirse alimentos, sino en construir rutinas equilibradas que incluyan:
- Comidas regulares y completas durante el día.
- Inclusión de carbohidratos complejos y proteínas en cada plato.
- Gestión emocional sin recurrir a la comida como consuelo.
- Buen descanso nocturno.
El cuerpo habla, y cuando pide dulces o snacks antes de dormir, no siempre necesita comida, sino atención. Escucharlo con inteligencia puede ser la mejor receta para lograr una relación más sana con la comida… y con uno mismo.

Para comentar, debés estar registradoPor favor, iniciá sesión