"Ya no alcanza con rejas, voy a colocar chapones y hago un bunker"; el drama de un comerciante en Santa Fe
La vinoteca de Tucumán y 4 de Enero sufrió su cuarto ataque en el año. Su dueño, anunció que convertirá su local en un verdadero búnker para frenar el vandalismo.
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Esta madrugada un joven —según le informaron al propietario, “casi en situación de calle”, de 26 años— rompió la vidriera de la vinoteca ubicada en la esquina de Tucumán y 4 de Enero. Más allá del botín ínfimo, el daño material y la repetición del delito empujaron al dueño a tomar una decisión drástica: convertir el local en un “búnker” con chapones de acero.
La denuncia fue radicada en la Comisaría correspondiente por jurisdicción y el hecho se suma a una serie de robos contra el comercio familiar, ubicado en el corazón de la zona céntrica de la ciudad de Santa Fe.
Eran las 6 de la mañana cuando, según relató a El Litoral su propietario, Mario Bass, una persona rompió la vidriera del local y “metió las manos”. La vidriera principal —que expone buena parte de la mercadería hacia la esquina céntrica— quedó hecha añicos; un mueble que separa la exhibición del público apareció tirado en el piso y muchas botellas quedaron rotas.

“Tiró el mueble al piso, rompió todo y se habrá llevado alguna botella”, dijo Bass entre la angustia y el cansancio. El botín, según el dueño, es poco; el daño, en cambio, es grande.
Vivir dentro de un "bunker"
La vinoteca es un comercio de familia: exposición a la calle, atención al público y, ahora, pérdidas y desvelo. Bass enumeró el historial: 14 o 15 robos en los últimos seis años y cuatro en lo que va del año. La cifra no es menor para un local céntrico que vive de la visibilidad y la confianza de los transeúntes.
“Las rejas no alcanzan —repite—. Ya probamos con rejas, con persianas; ahora voy a soldar chapones de acero, una persiana blindada: vamos a vivir dentro de un búnker”, contó con la voz gastada por la repetición del daño.
No son bandas, es desesperación
El damnificado descarta que los episodios formen parte de una estructura organizada. Para él es otra cosa: “voleo, desesperación, droga, alcohol”, dijo. En su experiencia, la mecánica es la misma: alguien pasa, rompe el vidrio con un fierro o una piedra, mete la mano y se lleva lo que puede. No hay plan, no hay logística; solo necesidad y violencia sobre lo expuesto.

“No es algo que sea metódico”, insistió. Y esa imprevisibilidad —sumada a la frecuencia— es lo que más preocupa al comerciante: no sabe cuándo volverá a ocurrir ni cómo prevenirlo sin transformar por completo la fisonomía del local.
Daño económico y moral
A la pérdida de mercadería y el costo de reposición de la vidriera se suma otro registro: el desgaste que provoca abrir cada mañana con la incertidumbre de encontrarse con un destrozo. Bass aún no pudo cuantificar el monto exacto: indicó que están recolectando las botellas rotas para identificar etiquetas y sumar importes, pero advirtió que el costo del vandalismo “es importante”.
Además del daño económico, advirtió sobre el impacto en la imagen del negocio y su decisión de resignar la “buena exposición” por seguridad: poner chapones soldadas al marco y, en sus palabras, “vivir dentro de un búnker”.
En la conversación con El Litoral, el comerciante también hizo un llamado a las autoridades. Ubicó a su comercio en un entorno con mucho movimiento institucional —registro civil, escuelas, comercios— y preguntó por medidas de prevención públicas: cámaras, iluminación, patrullaje. “Tendría que poner un domo la municipalidad”, sugirió con ironía y desesperación.
El hecho ya fue remitido a la autoridad policial correspondiente —la jurisdicción local recibió la denuncia— como así también al fiscal en turno. La vinoteca, por decisión de su dueño, comenzará a reforzar la defensa física del local. Más allá de la inversión que eso implique, la medida busca disuadir la repetición de hechos con los que Bass ya no quiere seguir cargando.
El Litoral

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