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POLICIALES

Magia negra, drogas y abusos sexuales: la trama que esconde la casa del horror

El 18 de noviembre una intervención multiagencial permitió rescatar a dos nenas de un largo calvario. Su padre y otro hombre quedaron detenidos

El chalet usurpado en la esquina de Cerrito y Güemes, en Álvarez, vecina localidad de Rosario, es una construcción aún sin terminar en medio de un terreno con su césped desgastado. En derredor de lo edificado se ven blister de pastillas de clonazepán, peluches desarmados, bombachas, zapatillas y maderas rotas. Adentro de esa casa con techos desiguales, pisos de tierra y paredes sin pintar, en los últimos dos años reinó un infierno de magia negra, drogas y abusos sexuales. Allí, Marcelo R. mantuvo bajo el imperio del terror a Matías E., un hombre con severos problemas de adicciones, y a las dos pequeñas hijas de éste, de 11 y 9 años. Los golpeaba, los sometía física y psicológicamente y hasta violó reiteradamente a una de las nenas.

Esa trama de vida siniestra quedó develada el viernes 18 de noviembre cuando pasadas las 23.30 una comisión policial de la subcomisaría 3ª, a cargo de Sebastián Cueva, y personal de la Secretaría de Desarrollo Social de la Comuna de Álvarez ingresaron a la casa con una orden judicial producto de la investigación que se abrió por la denuncia de violación que presentó una joven de 22 años. Entonces fueron detenidos Marcelo Javier R., de 39 años; Matías E., de 36; y otras cinco personas que estaban en el lugar consumiendo drogas. Ante los uniformados y los funcionarios comunales, Marcelo sólo dijo: “Las nenas son de mi propiedad”. Días después ambos fueron imputados por el fiscal Ramiro González Raggio, de la Unidad de Delitos Contra la Integridad Sexual, y la jueza Verónica Lamas González les dictó la prisión preventiva por el plazo de ley.

Así terminó, al menos para las niñas, un calvario que se prolongó en los últimos dos años. En “la casa del horror” como la llamaban los vecinos de Álvarez, una localidad distante a unos 30 kilómetros de Rosario y donde residen no más de 10 mil habitantes, se cometió además al menos una violación más en perjuicio de una chica de 22 años y era usaba como aguantadero para la venta de drogas y la práctica de magia negra.

La historia comenzó hace unos diez años cuando Matías E. arribó a Álvarez desde Villa Gobernador Gálvez. Llegó solo con sus dos niñas ya que su pareja se quedó por allí, minada de cocaína y con serios problemas de adicción, según contaron funcionarios de la Comuna a La Capital. Matías proviene de una familia de universitarios. Sus padres, abuelos y tíos son médicos, algunos ya jubilados, y forman parte de una clase media acomodada que vive en las ciudades de Rosario y Santa Fe.

“Cuando Matías se acercó a la Comuna tiempo atrás lo asistimos con bolsas de mercadería y hasta le otorgamos una vivienda. Después trabajó en dos empresas de la zona pero lo echaron por sus problemas de adicciones. Creo que el asistir es la función que debe cumplir una Comuna, asistir a quienes lo necesiten, estar con la gente. Cuando creamos la Secretaría de Desarrollo fue porque las maestras de la escuela nos comentaban situaciones complejas y lamentablemente se dieron. Pero la Comuna pudo responder con valentía”, destacó Joel De Genaro, presidente comunal de Álvarez.

El otro hombre, Marcelo, al que el pueblo apodó “Sonaypa”, también llegó hace una década a Álvarez. Se dedicó a hacer changas y prácticamente no tenía vida social en el pueblo. “Andaba siempre con un casco de moto y se lo veía armado. Se suponía que vendía drogas, pero nadie lo denunciaba porque daba miedo. Nunca se sacaba el casco cuando andaba en la moto o en la calle y de vez en cuando mostraba una pistola”, contó una vecina del pueblo el jueves pasado, cuando este cronista recorrió las calles del pueblo.

Las niñas comenzaron a ir a la escuela. “Matías era un buen padre, las llevaba a todos lados y cuando consiguió trabajo, a las nenas las cuidaron unas siete niñeras. Pero era un chico muy inestable. A veces iba a la escuela a pedir ayuda y después se iba sin decir nada. Lloraba y se enojaba, era muy raro”, contaron desde la Secretaría de Desarrollo comunal.

Matías trabajaba y Marcelo lo cruzaba en la calle. Así se hicieron amigos y Marcelo comenzó a proveerlo de drogas. Hasta que hace unos dos años a Matías lo echaron de su trabajo en una fábrica y decidió mudarse a “la casa del horror” que ya había sido usurpada por Marcelo. “El chalet está usurpado hace como diez años, parece que tiene problemas judiciales. Un día Marcelo llegó a esa casa y dijo que era familiar del dueño. Echó a la persona que estaba ahí y se instaló. Después se mudaron Matías y sus dos hijas”, contaron los referentes comunales.

Desde que se produjo ese cambio en la vida de Marcelo, las niñas de ir asiduamente a la escuela y desde la Comuna empezaron a trabajar en conjunto con las maestras para coordinar un abordaje de las menores. Hasta que el pasado 18 de noviembre, una maestra avisó a la Comuna de la presencia de las menores y una psicóloga llegó a la escuela para hablar con ellas. Entonces se supo la verdad de lo que pasaba en “la casa del horror”. Así se activó el protocolo establecido por la Secretaría de Niñez de la provincia, se hicieron las denuncias y a la noche la policía allanó el lugar y rescató a las menores.

Pero no fue sencillo llegar a esa instancia. En medio de idas y venidas, en la Secretaría de Niñez, en la Comisaría de la Mujer y en la Fiscalía, las niñas declaraban que “Marcelo las atendía, las trataba bien y les daba de comer”. Pero una funcionaria de la Comuna permaneció con las niñas durante largas horas con ellas y en esa compañía emergieron los indicios del abuso y el viaje al infierno.

“Las nenas discutieron y la de 9 le dijo a la de 11 «¿No le vas a decir a la nueva niñera lo que te hace Marcelo?». Pero la de 11 lo negó, dijo que estaba bien, que no pasaba nada. Así se mantuvo unas siete u ocho horas y declaró que estaba todo bien ante el fiscal, hasta que después de que hablamos mucho me dijo que si yo la acompañaba iba a decir la verdad. Entonces contó de los abusos que padecía. Dijo que sabía de que se trataban los abusos, con otras palabras, por que en la escuela daba ESI (Educación Sexual Integral). Ese testimonio reveló lo que hizo que Marcelo y Matías terminaran presos”, contó la funcionaria.

Al respecto, la psicóloga infantil Bettina Calvi, con amplia experiencia en el tratamiento de abusos infantiles, explicó que “por la continuidad de los abusos es probable que la niña se haya sentido responsable y además los haya naturalizado. Su inmadurez sexual y las prácticas adultas que ella ignora logran esto, que el adulto ejerza una total manipulación. Los tratamientos para que esta niña supere este trance son difíciles y necesitará mucho apoyo familiar detrás”.

En la declaración inicial la mayor de las niñas dijo al pasar: “Marcelo le pega a mi papá y nos dijo que si no hacíamos lo que él quería nos iba a matar a todos”. Los funcionarios de la Secretaría sostienen que “la nena parece mucho más grande, es amorosa y dibuja mucho y todo el tiempo; y a la de 9 le gusta leer. Saben mucho de cosas médicas, como qué es un estetoscopio, un tanque de oxígeno, una asistencia hospitalaria. Podría ser por el entorno familiar que alguna vez tuvieron (en la familia de su padre hay muchos médicos). Lo único que quieren es estar con su papá y se quedaron tranquilas cuando se les dijo que Marcelo no las iba a ver nunca más”.

En el allanamiento de aquel viernes 18 los policías que requisaron la propiedad encontraron cocaína, una balanza digital, seis proyectiles y un cargador de balas calibre 9 milímetros además de algunos huesos humanos que habrían sido utilizados en rituales de magia negra o del rito umbanda. También hallaron un altar conformado por un mural con dos rosas pintadas y dos dagas puestas sobre una madera y una cruz invertida.

El operativo trascendió las calles del pueblo y llegó hasta la casa de R., una joven de 22 años que había sido violada en esa casa hace tres meses. Cuando se supo lo del allanamiento esa chica perdió el miedo y decidió denunciar a Marcelo y a Matías.

R. contó a La Capital que consume cocaína desde hace varios años, tanto ella como su marido, y que fue a lo de Marcelo a comprar drogas. “La primera vez fue hace un año. Yo y mi marido estábamos mal y nos gastábamos unos 20 mil pesos en drogas, pero después no teníamos para comer, entonces él me trataba mal y me pegaba. Yo fui a lo de Marcelo y mientras estaba en la casa vi cosas raras: del techo bajaban figuras como fuegos y vi una mujer que regaba algo en una pared, pero la luz estaba apagada. Cuando Marcelo prendió la luz me dijo que los espíritus le dijeron que yo no era bienvenida a esa casa y estuve como un año sin ir.”

Pero el tiempo transcurrió y hace tres meses R. volvió a “la casa del horror”. “Fui y Marcelo me dio siete ravioles (de cocaína) para vender o consumir y ese día vi que una figura en un televisor apagado me mataba a mi y a mi hijo. Estuve toda una noche ahí y abusaron de mí. Entre los dos (Matías y Marcelo) se hablaban y me decían que por ahí me mataban porque yo había visto cosas en la casa que no debía ver, unos cajones de madera y no sé que otra cosa me decían. Yo sé que en el cielo raso había huesos de muertos. Yo sentía que mi nene se iba desvaneciendo y que este hombre es como si lo hubiera embrujado”.

Aquel día R. tomó contacto con la niña de 11 años: “Me preguntó varias cosas, si tenía novio, cómo me llamaba y después me dijo «a vos no te van a hacer nada por que no tenés corazón» y me dio como siete dibujos, la nena dibuja bien.”

Una vez que las denuncias tomaron cuerpo las niñas quedaron en resguardo de la Secretaría de Niñez de la provincia por una medida de protección excepcional que tiene una validez de seis meses a la espera de una resolución judicial para definir su destino.

El pueblo no sale del asombro pero casi todos sabían que en esa casa sucedían hechos tenebrosos. Las niñas andan por el pueblo y se mueven con una familia amiga “se las ve distantes, la mas grande está como violenta”, contaron desde la Comuna.

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Nota escrita por Claudio Berón de La Capital

Alvarez

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