De viajar por amor al horror carcelario: la historia del maquillador venezolano detenido por error en El Salvador
Dejó Venezuela por amor y fue acusado sin pruebas de ser pandillero. Pasó cuatro meses en la megacárcel de Bukele antes de ser liberado. Hoy intenta rehacer su vida en Táchira.
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Andry Hernández, un joven maquillador venezolano de 32 años, salió de su país en busca de libertad y un futuro junto a su pareja en Estados Unidos. Pero su viaje, motivado por el amor y el deseo de escapar de la homofobia, terminó en pesadilla: fue acusado injustamente de vínculos con pandillas y encerrado en la megacárcel de Nayib Bukele, en El Salvador, donde sufrió todo tipo de abusos antes de ser liberado.
La historia comenzó en 2024, cuando Andry decidió cruzar la selva del Darién con la esperanza de comenzar una nueva vida junto a Paul Díaz, un psicólogo estadounidense con quien soñaba casarse en Filadelfia. Al llegar a la frontera, solicitó asilo a través de la app oficial del gobierno estadounidense (CBP One), pero sus tatuajes —dos coronas en los brazos— llamaron la atención de los servicios de seguridad, que lo vincularon sin pruebas con el Tren de Aragua, una organización criminal de origen venezolano.
Deportación y encierro sin juicio
Tras ser detenido en California, fue deportado como parte de un grupo de 252 venezolanos enviados al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), la prisión de máxima seguridad inaugurada por Nayib Bukele en 2023 y denunciada por múltiples organismos de derechos humanos.
“Soy gay, soy peluquero, por favor no me corten el cabello, ¡no soy un criminal!”, recuerda haber gritado Andry al llegar al penal. Allí fue golpeado, insultado y víctima de agresiones sexuales, cumpliendo 32 años en una celda sin contacto con el exterior, sin juicio ni pruebas en su contra.
Su liberación se produjo el 18 de julio de este año, luego de un canje diplomático entre Venezuela y Estados Unidos. Fue devuelto a su país natal y hoy vive en Capacho, estado Táchira, donde intenta rehacer su vida con la ayuda de su familia y sueña con abrir un salón de belleza.
Una historia marcada por el trauma
Aunque no descarta reencontrarse con Paul en Colombia, Andry reconoce que la distancia y el horror vivido afectaron su vínculo. “Hay que tener los pies en la tierra. Él está allá, yo estoy aquí”, dice entre lágrimas.
Su caso ha generado conmoción no solo por la crudeza de su experiencia, sino también por la fragilidad de los procesos migratorios y de justicia en contextos de criminalización masiva, donde cualquier señal, incluso un tatuaje, puede costar la libertad.

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