Paul McCartney volvió a demostrar por qué su nombre está escrito en la historia de la música con un concierto inolvidable en el Estadio Monumental de Buenos Aires. A sus 82 años, el ex Beatle se entregó al público durante casi tres horas, llevando a los espectadores por un viaje emotivo a través de 33 canciones que tocaron cada rincón de su vasta carrera.
HARD DAYS NIGHT EN VIVOOOO ????️????️????️???????? @PaulMcCartney pic.twitter.com/BZaV0YwMFy
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Con una energía inagotable y un respeto evidente por su obra, McCartney ofreció un show que fusionó lo antiguo y lo nuevo. Desde los clásicos de Los Beatles como "Can't Buy Me Love", "Blackbird" y "Hey Jude", hasta momentos dedicados a sus años con Wings y su carrera solista. La reciente reedición del tema inédito “Now and Then”, en colaboración póstuma con John Lennon, hizo que la nostalgia se sintiera más presente que nunca.
El escenario, imponente y dinámico, complementaba la performance con pantallas gigantes, visuales deslumbrantes y un uso estratégico de luces y efectos, como los fuegos artificiales que acompañaron el icónico "Live and Let Die". McCartney, acompañado por una banda que juega de memoria con él, dejó claro que sigue siendo un maestro del entretenimiento. Momentos íntimos como la dedicatoria de "My Valentine" a su esposa, Nancy Shevell, o el emotivo homenaje a George Harrison con su interpretación de "Something", resonaron profundamente entre el público.
El público que colmó el Monumental fue llegando de a poco, con esa pintura generacional que solo permite un artista de la talla de McCartney, capaz de trascender los tiempos y las modas. Puntualmente a las 21 se apagaron las luces y las pantallas laterales empezaron a recorrer un edificio de manera ascendente para empezar a simbolizar la vida y obra de Paul McCartney. Amagó ser cronológico, con postales familiares en blanco y negro y los primeros contactos con la música: los imberbes Quarrymen que mutaron en Los Beatles para cambiar el mundo. Pero una dosis psicodélica lo tornó colorido y atemporal. Aparecieron los Wings y sus compañeros actuales, con los que ya lleva tocando casi el doble de tiempo que con los de Liverpool, las portadas de sus álbumes y figuras varias del universo pop, hasta que el ascensor imaginario llegó a la terraza: allí, un poco antena y otro pararrayos, su inconfundible bajo Hofner, y entonces todo termina de cobrar sentido.
Enseguida, Paul y sus músicos entraron a escena bajo una ovación. Sin demasiados preámbulos, marcaron cuatro y arrancaron con “Can’t buy me love”, uno de sus primeros hits con los Beatles. Le siguieron dos de Wings, “Junior’s Farm” y “Letting go”, esta con la sección de vientos en la platea, mezclada entre el público. El primero de los pequeños detalles de color para maridar con una lista de 37 canciones sin respiro.
En cuanto a lo visual, el escenario mostró dos inmensas pantallas verticales a los costados y dos parrillas de luces móviles con potencia de bombardero y colores varios. La escenografía, que amagaba ser austera e industrial, mutó a partir de “Drive my car” cuando se descubrió la pantalla trasera con visuales inspiradas en cada canción. Y un potente set de láser al nivel del escenario para ametrallar cuando fuera necesario.
Haciendo gala de su rol de entretenedor, Sir Paul estuvo locuaz pero sin exagerar poses ni “tribuneadas”. Dijo las habituales palabras en castellano -”Estoy muy feliz de volver a verlos, esta vez voy a tratar de hablar español un poquito”-, dialogó con el público por sectores y géneros, abrió los ojos tan grandes como solo sabe hacerlo él, se equivocó un par de veces y no se hizo problema y sacó todo su oficio de escenario para llevar la voz por terreno seguro. Y lo más importante, entregó algunas de las mejores canciones de su cosecha.
En un juego constante entre sus diferentes pasados, el de Liverpool fue intercalando el repertorio de Los Beatles, como ”Got to get you into my life”, “Getting Better”, “I’ve just seen a face” o “Being for the benefit of Mr. Kite”; con algunas de los Wings como “Let ‘Em In” y solistas como “My Valentine”, con dedicatoria en vivo a su esposa Nancy Shevell, presente en el Monumental. Para lograr esa versatilidad, es fundamental el aporte musical y vocal de una banda que juega de memoria. Rusty Anderson en guitarras y Brian Ray en guitarras y bajo, Paul Wickens en teclados, acordeón y armónica y el encantador Abe Laboriel Jr. en batería y percusión tienen oficio y presencia, y además le permiten al frontman sacar a pasear sus dotes de instrumentista.
Paul jugó al guitar hero en el himno de Wings “Let me roll it”, con cita “Foxy Lady” de su amigo Jimi Hendrix incluida. Se sentó al piano para cantar la desgarradora “Maybe I’m amazed”, con las pantallas inundadas por un McCartney de época, campestre y en sepia. Se calzó la mandolina e invitó a todos a bailar con “Dance”, y por un rato el carisma del batero se robó el show. Sacó el ukelele que le regaló George Harrison para homenajearlo con su ya clásica versión de “Something”. Y conmovió con la acústica, en modo trovador solitario.
Ni bien amagó la introducción de “Blackbird”, el público reaccionó entre la ovación y el suspiro. Y a medida que intercambiaba la melodía casi susurrada con el silbido característico, una plataforma lo elevaba unos metros del escenario, como si las ramas de un árbol lo proyectaran hasta confundirse con un cielo estrellado. Allí empezó “Here today”, su homenaje postmortem a John Lennon, que sirvió como preludio para la novedad de la gira. Estrenada el 1° de octubre en el Centenario de Montevideo, “Now and then” sonó por segunda vez en vivo y regaló un poco de esa melancólica fantasía de lo que pudo haber sido.
Llevando la nostalgia al límite, pegó “In spite of all danger”, el primer tema que grabaron con The Quarrymen con “Love me do”, el primer sencillo de Los Beatles. Y siguió un hit atrás de otro, con epicentro en “Live and let die”, con llamaradas sobre el escenario y fuegos artificiales en las afueras del estadio. El falso final llegó con “Hey jude”, y un mosaico de corazones celestes y blancos preparado para la ocasión y sostenido en los brazos en alto de los fanáticos.
No estamos llorando. pic.twitter.com/fgwItCyEO2
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Paul regresó casi de inmediato, flameando la bandera argentina y la del orgullo LGBTIQ+, y fue recibido al grito de “Dale campeón”. “Esta canción es muy importante para mí”, dijo para presentar “I’ve got a feeling”, donde se coló el Lennon de la terraza de Abbey Road para el puente. “Es especial cantar con John otra vez”, apuntó. Se dio el último gusto de los Wings con “Hi, hi, hi”, metió el reprise de “Sgt. Pepper” para que los personajes de la histórica tapa cobraran vida y peló la mencionada descarga de ”Helter Skelter” antes de la recta final, que trajo de yapa una versión corregida y aumentada de la frase que tanto nos gusta a los argentinos.
“Son el mejor público del planeta” dijo McCartney y solo quedaba el medley “Golden Slumbers”, “Carry That Weight” y “The End”. “Hasta la próxima”, se despidió el caballero bajo una lluvia de papelitos celestes y blancos, que será esta noche en el mismo lugar, el 23 de octubre en el Kempes de Córdoba y después quién sabe dónde y cuándo. Enseguida, mientras la marea encaraba la amarga caminata de la despedida, empezó a sonar por los parlantes “No more lonely nights”, uno de sus clásicos ochentosos, y no fue un tema puesto al azar. Más allá de las distancias o las ausencias, no hay lugar para noches solitarias al abrigo de algunas de las canciones más lindas de todos los tiempos.
Con información de INFOBAE
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